9 diciembre, 2025
Agencia de Noticias MX
opinión

Las heridas de la infancia: lo que no se ve, pero se siente.

Brenda Gaona

PSICOTERAPEUTA GESTALT

Hay heridas que no sangran, pero marcan. Que no se ven, pero condicionan. Que no dolieron una sola vez, sino durante años. Me refiero a las heridas de la infancia, esas experiencias emocionales dolorosas que cargamos desde nuestros primeros años de vida y que, sin darnos cuenta, siguen influyendo en nuestras decisiones, relaciones y autoestima cuando somos adultos.

Cuando hablamos de heridas de la infancia, no solo nos referimos a situaciones extremas como el abuso o la negligencia. A veces, basta una palabra no dicha, una necesidad emocional no satisfecha, un abandono sutil o una exigencia desmedida para dejar una huella profunda. El niño o la niña que fuimos necesitaba ser visto, escuchado, contenido. Y cuando eso no ocurrió, aprendimos a sobrevivir: adaptándonos, complaciendo, callando, o creyendo que nuestro valor dependía de lo que hacíamos y no de lo que éramos.

Las heridas más comunes tienen nombres que muchos conocemos: abandono, rechazo, humillación, traición, injusticia. Son patrones que se repiten en la adultez: relaciones donde tememos que nos dejen, donde sentimos que no valemos lo suficiente, donde no confiamos en nadie o donde nos volvemos excesivamente duros con nosotros mismos. No es casualidad: el cuerpo y la mente repiten lo que aprendieron si no se les enseña otra manera de estar en el mundo.

Pero estas heridas no son una sentencia. Podemos sanarlas. Y el primer paso es reconocerlas. No con culpa, sino con compasión. Entender que actuamos como supimos hacerlo, que nuestros padres o cuidadores también tuvieron sus propias heridas, y que ahora, de adultos, tenemos la posibilidad y la responsabilidad de sanar.Trabajar las heridas de la infancia implica mirar hacia atrás con ojos nuevos. No se trata de revivir el dolor, sino de comprenderlo. La terapia es una herramienta valiosa, pero también lo son el autoconocimiento, la lectura, la escritura introspectiva, e incluso el hablar abiertamente de nuestras emociones. Sanar es un proceso, no una meta. Y es profundamente personal.

Vivimos en una sociedad que premia la productividad, pero ignora la salud emocional. Hablar de heridas emocionales sigue siendo incómodo para muchos. Pero si no lo hacemos, seguiremos criando generaciones que repiten sin querer los mismos patrones de dolor.Sanar no es olvidar, es integrar. Es abrazar a ese niño o niña interior y decirle: “Ya no estás solo. Estoy aquí contigo. Vamos a estar bien”.Porque al final, las heridas que más duelen no son las que otros nos hicieron, sino las que decidimos no mirar.

Contacto: bren0gaona@gmail.com

Deja un Comentario

* By using this form you agree with the storage and handling of your data by this website.